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sábado, abril 02, 2005

Vaticano adentro

He de confesar que soy católico, he de confesar que no me gusta el Papa, he de confesar que siempre he creído que la decadencia en directo del Obispo de Roma me había parecido un acto obsceno y blasfemo por parte de la alta jerarquía eclesiástica. Sinceramente, a día de hoy me importa un pimiento, admiro a la persona que haya tenido la idea. La retransmisión en directo de la muerte del Santo Padre es, en estos tiempos que corren, un ejemplo de márketing.
Enhorabuena, y me arrepiento de no haber estado de acuerdo con ello. Ahora reconozco que era necesario, ni obsceno, ni blasfemo. Ante los Sampedros que quieren que se retransmita cómo se quitan ellos la vida, aparece un Juan Pablo que lucha por vivir hasta el último momento y que muere tranquilo en su cama, atendido por profesionales, pero con su cuadro de la Virgen, en su colchón, mirando a través de la ventana en la que vió amanecer durante los últimos 26 años. No ha muerto como "el héroe" de Mar adentro, retorciéndose de dolor y escupiendo espumarajos por la boca. Mi rector espiritual, muere en paz, tranquilamente, dejándose ir por la voluntad de Dios o de la naturaleza, llamadlo como queráis, pero no suicidándose, no convirtiéndose en Hitler que acaban con aquellos que ya no sirven. Nos parece cruel que los cazadores cuelguen a los galgos cuando ya no sirven para cazar, y no nos parece una inmundicia que se deje sin comer y beber a Terry Schiavo durante 15 días para que su marido cobre del seguro.
Juan Pablo II, muere en paz, pero sigue dando ejemplo a esta partida de hedonistas que sólo se preocupan de su placer propio y no del social.