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domingo, mayo 23, 2004

La boda

Y ahora, como me debo a mi público y como sé que es escaso, mi primera opinión sobre la boda, hay más pero os las dosificaré poco a poco.

No sé si soy monárquico, pero lo que sí tengo claro es que no soy republicano. Probablemente es que no soy borbónico o juancarlista, como se hacen llamar ahora los antimonárquicos reconvertidos. La figura del actual monarca se nos ha querido mostrar como la salvadora de la democracia el 23 de febrero, pero de eso contestará ante Dios y ante la Historia. De sus engaños, de sus mentiras y de sus falsedades habrá de contestar al tribunal de la verdad. Pero eso es otra historia.

Ahora voy a centrarme en la histórica decisión del príncipe Felipe. El interés de casarse con una plebeya (horrorosa palabra) y no con alguien de sangre azul. Partamos de la base de que si me dan a elegir entre monarquía y república opto por la primera, si bien si no me dan a elegir no quiero a ninguna de las dos, será que soy un ácrata.

¿Que por qué me quedo con la monarquía? Pues es evidente, siempre será mejor alguien al que educan desde pequeño para serlo que el que se lo encuentra de repente, si no, que se lo pregunten a nuestro actual Presidente y sus locuras por encontrarse con el poder de golpe y sin saberlo.

Puesta la premisa principal, está claro porqué no estoy de acuerdo con esta boda. Si quiere a una plebeya, que se haga plebeyo y que nos gobiernen doña Elena y don Jaime y como sucesor el carateca don Froilán. Y si no que renuncie a ella y se case con alguien de sangre azul y que la monte delante de la Corte. Una institución anacrónica ha de regirse por leyes anacrónicas.